San Jerónimo – Santo del día para el 30 de septiembre


San Jerónimo

Santo del día para el 30 de septiembre

(345 – 420)

Según: www.franciscanmedia.org

¡La mayoría de los santos son recordados por alguna virtud o devoción sobresalientes que practicaron, pero Jerónimo es recordado con frecuencia por su mal genio! Es cierto que tenía muy mal genio y podía usar un bolígrafo vitriólico, pero su amor por Dios y su hijo Jesucristo fue extraordinariamente intenso; cualquiera que enseñara el error era enemigo de Dios y la verdad, y San Jerónimo lo persiguió con su pluma poderosa y a veces sarcástica.

Fue sobre todo un erudito de las Escrituras, traduciendo la mayor parte del Antiguo Testamento del hebreo. Jerónimo también escribió comentarios que son una gran fuente de inspiración bíblica para nosotros hoy. Era un estudioso minucioso, un escritor de cartas prodigioso y un consultor para monjes, obispos y papas. San Agustín dijo de él: “De lo que Jerónimo ignora, ningún mortal lo ha sabido”.

San Jerónimo es particularmente importante por haber hecho una traducción de la Biblia que se llamó Vulgata. No es la edición más crítica de la Biblia, pero su aceptación por parte de la Iglesia fue afortunada. Como dice un erudito moderno: “Ningún hombre antes de Jerónimo o entre sus contemporáneos y muy pocos hombres durante muchos siglos después estaban tan bien calificados para hacer el trabajo”. El Concilio de Trento pidió una edición nueva y corregida de la Vulgata, y declaró que era el texto auténtico para ser utilizado en la Iglesia.

Para poder hacer tal trabajo, Jerónimo se preparó bien. Era un maestro de latín, griego, hebreo y caldeo. Comenzó sus estudios en su lugar de nacimiento, Dalmacia. Después de su educación preliminar, fue a Roma, el centro de aprendizaje en ese momento, y luego a Alemania, donde el erudito era muy evidente. Pasó varios años en cada lugar, siempre tratando de encontrar los mejores maestros. Una vez se desempeñó como secretario privado del papa Dámaso.

Después de estos estudios preparatorios, viajó mucho por Palestina, marcando cada punto de la vida de Cristo con un torrente de devoción. Místico como era, pasó cinco años en el desierto de Chalcis para poder entregarse a la oración, la penitencia y el estudio. Finalmente, se estableció en Belén, donde vivía en la cueva que se cree que fue el lugar de nacimiento de Cristo. Jerónimo murió en Belén, y los restos de su cuerpo ahora están enterrados en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.

Reflexión

Jerónimo era un hombre fuerte y abierto. Tenía las virtudes y los frutos desagradables de ser un crítico intrépido y todos los problemas morales habituales de un hombre. Era, como alguien ha dicho, no admirador de la moderación, ya sea en virtud o en contra del mal. Era rápido para enojarse, pero también rápido para sentir remordimiento, aún más severo en sus propias deficiencias que en las de los demás. Se dice que un papa comentó al ver una foto de Jerónimo golpeando su pecho con una piedra: “Haces bien en cargar esa piedra, porque sin ella la Iglesia nunca te hubiera canonizado” (Butler’s Lives of the Saints).

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